Todos los negocios son una extensión del estado de ánimo de sus dueños, es fácil de ver con un ejemplo cotidiano. Miren ese bar al que van todos los días a tomar café o a desayunar, ¿se ha actualizado?, ¿ha cambiado los vasos?, ¿tiene suficiente y variada cantidad de tapas?, ¿está limpio y se pintan las paredes con frecuencia?; pues así anda el alma de su dueño.

Ayer me decía una amiga, que entró una clienta al negocio que acababan de comprar, confesándola que «las paredes del negocio respiraban tristeza» y es que cuando un negocio va mal, no va mal por una o dos cosas, es por muchas pequeñas cosas, y lo que peor está siempre en estas situaciones es el estado de ánimo y el compromiso de quienes integran la empresa, del mismo modo que cuando un negocio va bien, no es por una o dos personas, sino por la suma de estados de ánimo y compromiso de la mayoría de la organización.

El dinero paga muchas cosas: edificios nuevos, muebles, coches, pintura, maquinaria novedosa; pero algo que no paga el dinero es el amor y la ilusión a lo que hacemos, eso solo lo hacemos persona a persona, empezando por nosotros mismos, yendo a trabajar con una actitud de compromiso y crecimiento personal y profesional, y no con esa cara de pena, como si lleváramos una cruz a la espalda al lugar del que sale el dinero que financia nuestros sueños, sean los que sean.

Apocalipsis 3:15-19

“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.